Grabé un vídeo hablando de las circunstancias en las que se ha publicado la novela póstuma de Gabriel García Márquez "En agosto nos vemos" y sobre la polémica que ha habido sobre ello:
domingo, 21 de abril de 2024
domingo, 14 de abril de 2024
Un lugar soleado para gente sombría, por Mariana Enriquez
Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enriquez
Editorial Anagrama, 229 páginas. Primera
edición de 2024.
De
Mariana Enriquez (Buenos Aires,
1973) había leído, hasta ahora, su libro de cuentos Las cosas que perdimos en el
fuego (2016) y la novela Nuestra parte de noche (2019). Con
estas dos obras me lo he pasado muy bien. Estaba barruntando la idea de
acercarme a Los peligros de fumar en la cama (2009), el anterior libro de
cuentos de Enriquez, cuando vi el anuncio de que Anagrama publicaba una nueva
colección de relatos de esta autora titulada Un lugar soleado para gente
sombría (2024). Decidí pedírselo a la editorial, para poder leerlo y
reseñarlo y, ya de paso, les pedí también Los
peligros de fumar en la cama. El personal de prensa de Anagrama me envió
los dos y me siento afortunado por ello.
Un lugar soleado
para gente sombría
está formado por doce relatos, la misma cantidad de las dos colecciones de
cuentos anteriores de Enriquez.
Mis muertos tristes es el primer
relato. Empieza con la descripción de un barrio depauperado de Buenos Aires. Es
un comienzo que me recordaba al del primer cuento de Las cosas que perdimos en el fuego, que se titulaba El
chico sucio. Una mujer que vive sola empieza a escuchar los gritos de
su madre muerta; y también podrá ver a otras personas fallecidas. Y este
fenómeno no solo ocurre con ella, sus vecinos del barrio también empezaran a
tener que tratar con estos muertos. El cuento termina criticando esa manía de
la ultraderecha de culpar de los problemas sociales a los inmigrantes o a los
más desfavorecidos. Es un buen cuento. La sensación que tengo es que he vuelto
a abrir el libro de Las cosas que perdimos en el fuego, que ha aumenta ahora su
número de relatos. Es decir, Mariana Enriquez ha encontrado una fórmula de
éxito y va a seguir explotándola en este libro. Enriquez, a través de los
mecanismos del género fantástico y de terror, va a mostrar, siendo crítica, las
contradicciones y los problemas de la sociedad en la que vive.
Los pájaros de la noche es el segundo
cuento, y aquí la narradora es una adolescente que nos va a hablar de su
hermana mayor y de sus padres. Como en otros cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, ahora nos hemos trasladado de
Buenos Aires al Paraná. «Tengo una enfermedad cuyo síntoma principal es que la
piel se pudre, como si estuviera muerta. Por suerte no huele, es solo el
aspecto verdegrís lo impresionante, y que, de vez en cuando, se cae y voy dejando
jirones de mí misma por la casa.» (pág. 35). Diría que en este nuevo libro,
Enrique ahonda más en los temores a la descomposición del propio cuerpo, porque
esta idea aparece en más relatos. En la región en la que vive la familia hay
muchas leyendas sobre pájaros: «Todos los pájaros son mujeres que han recibido
un castigo», y pasará a hablar de estos mitos de Misiones, Corrientes o Entre
Ríos: las mujeres que desobedecen, que tienen mala conducta, etc. se
transforman en pájaros. De este modo, Enriquez señala aquí la composición
machista de la cultura popular. En este relato la creación de una atmósfera
funesta y opresiva está por encima de la creación de la trama.
La desgracia en la cara tiene un trabajo
de composición interesante: las primeras páginas están narradas en primera
persona por un varón (algo inusual en los cuentos de Enriquez) y, antes de la
mitad del relato, se pasará a un narrador omnisciente en tercera persona lo
que, además, marcará un salto en el tiempo. El relato gira en torno al trauma
de la madre de una familia que sufrió una violación en su adolescencia. La hija
acabará descubriendo que esa violación no fue necesariamente a manos de un
hombre. Tanto la madre como la hija irán perdiendo el rostro, de un modo
drástico, perturbador. Cruda metáfora del borrado de las mujeres.
Julie se ha convertido en mi relato favorito
del conjunto. La narradora, una joven bonaerense de veinte años, nos va a
hablar de su prima Julie, de veintiuno, hija de sus tíos que emigraron a Nueva
York y que, en el tiempo del relato, vuelven a Argentina. Julie ha sido una
niña con obesidad que jugaba con amigos invisibles, mientras que la madre era
aficionada a la ouija. Los amigos invisibles de Julie parecen ser fantasmas con
los que no solo habla, sino que también mantiene relaciones sexuales con ellos,
como en la película ochentera El ente. Según lo estaba pensando,
Enriquez cita a película en el relato. Me ha encantado esta confluencia de
recuerdos ochenteros. Como decía, este relato se ha convertido en mi favorito,
porque tiene un giro final, en la última página, que no me esperaba, y que
cambia el sentido de lo narrado y que lo abre hacia otros terrores, que me ha
parecido muy sutil. Como trasfondo social del relato aquí se ven las tensiones
entre los argentinos que emigraron a países más prósperos y los que se quedaron
en el país.
Metamorfosis es un relato sobre los miedos a
las enfermedades. Una mujer de cuarenta y tantos años ha de ser operada del
útero, del que le extraerán un mioma, que ella se empeñará en introducir de
nuevo en su cuerpo. Es un relato con menos trama que otros, que apuesta por la
extrañeza y la repugnancia. Me ha parecido menos conseguido que otros del
conjunto.
Un lugar soleado para gente sombría, que trata de una
mujer argentina en Estados Unidos, me ha parecido otro de los relatos más
destacados del libro. La narradora escribe artículos para revistas
paranormales, y le propone al editor escribir sobre Elisa Lam, que apareció
flotando muerta en el depósito de agua de un hotel de Los Ángeles, depósito que
reúne a unas personas en un culto que invoca a Elisa Lam. Esta historia está
basada en algo real, y fue extraño leer sobre esto y poder buscar las últimas
imágenes de Elisa Lam en el ascensor del hotel, que están en YouTube. Este
relato habla también del miedo real a la pérdida de los seres queridos.
El
narrador de Los himnos de las hienas es un joven gay que acompaña a su
pareja, diez años más joven que él, a visitar a su familia en su pueblo del
interior. En este pueblo la municipalidad creó un zoo para atraer a turistas,
pero los animales murieron en un incendio, al que sobrevivieron las hienas. La
pareja visitará un palacio abandonado donde, en el periodo de la dictadura, se
piensa que se torturó a presos políticos. La visita a este lugar –lógicamente–
va a tener consecuencias inesperadas. He tenido la sensación de que una idea
muy parecida a esta ya la usó Enriquez en uno de los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. No
es un mal cuento en realidad (como no lo es ninguno de los incluidos en esta
colección), pero me ha parecido de ejecución más previsible y mecánica.
Diferentes colores hechos de lágrimas también es un
buen cuento, pero he tenido un poco ya al leerlo sensación de agotamiento. Es
decir, ya sé que Enriquez va a dar un giro fantástico a lo que narra y por eso,
cuando ese giro ocurre, no acaba de sorprenderme. En este caso, unas mujeres
jóvenes, que trabajan en una tienda de ropa de segunda mano, van a visitar a un
anciano que les quiere vender unos vestidos de su mujer fallecida y unas joyas.
Los vestidos van a mostrar sobre los cuerpos de las mujeres que se los prueben
los daños que han sufrido sus antiguas dueñas. Aquí, como ocurría en Nuestra parte de noche, parece
criticarse la impunidad de la clase alta argentina durante la última dictadura,
y la impunidad en general, hace unas décadas, sobre los maltratos domésticos a
las mujeres.
En
Cementerio
de heladeras una mujer adulta habla de un incidente de su primera
adolescencia, que ocurrió treinta años antes, y en el que tuvo lugar la muerte de otro niño a causa de una broma
más que desafortunada. Es un cuento correcto, aunque con menos fuerza que
otros.
En
Un
artista local una joven pareja de Buenos Aires va a pasar unos días a
una casa en el campo, a un pueblo que está tratando de salir a flote gracias a
enfocarse hacia el turismo. Este cuento está narrador en tercera persona.
Pronto empezarán a sentir la extrañeza de que no todo parece estar en su lugar
en este pueblo. El final me ha recordado al de algunos cuentos de Lovecraft, con la creación de nuevos
mitos. Aquí se habla también del problema de la despoblación de los pueblos
argentinos.
En
Ojos
negros una trabajadora social, que acerca, con una furgoneta, comida a
mendigos por las noches, nos va a contar su encuentro con dos niños cuyos ojos
no tienen pupilas, sino que son completamente negros. De nuevo he sentido aquí
la influencia de los cuentos del círculo de Lovecraft, como el titulado Los
perros de Tíndalos de Frank
Belknap Long.
Quien
haya leído Las cosas que perdimos en el
fuego con gusto y se acerque ahora a Un
lugar soleado para gente sombría creo que va a disfrutar de nuevo de la
experiencia. Lo único malo que le va a poder ocurrir es que su capacidad de
sorpresa ya no va a poder ser la de antes. Como dije al comienzo, Mariana
Enriquez ha encontrado una fórmula exitosa de narrar –unir terrores cotidianos
a otros sobrenaturales, y hacer crítica social a la situación de los pobres en
su país, y sobre todo a la de las mujeres– y sigue explotando el mismo camino.
Como diferencia, creo que ahora he podido percibir que algunos relatos se
adentraban más en los miedos a las enfermedades y el envejecimiento del cuerpo.
En Un lugar soleado para gente sombría
hay relatos realmente muy buenos. He pasado verdaderos grandes ratos leyendo
este libro.
domingo, 31 de marzo de 2024
Sale el espectro, por Philip Roth
Sale el espectro, de Philip Roth
Editorial Mondadori, 254 páginas. Primera
edición de 2007; esta es de 2008
Traducción de Jordi Fibla
A
finales de 2023 estaba terminado el libro Cuentos de Antón Chejov, en una antología de Alba de 870 páginas, y, como iban a llegar mis vacaciones de
profesor en Navidad, había programado leer una novela larga, que iba a ser El
hombre que amaba a los perros de Leonardo
Padura. Sin embargo, el 22 de diciembre, día que empezaban mis vacaciones y
finalizaba los Cuentos de Chéjov,
casi por casualidad, tuve que pasarme por la biblioteca pública de Móstoles y
entonces decidí que iba a entrar allí e iba a sacar un libro, para leer durante
la primera semana de las vacaciones, por pura apetencia, como cuando tenía
veinte o veinticinco años y usaba aquella biblioteca con genuina alegría.
Después de un rato de pasear entre los anaqueles de la biblioteca y de dejarme
tentar, tomé en préstamo Sale el espectro (2007) de Philip Roth (Newark, Nueva Jersey, 1933
– Nueva York, 2018). Era un libro que había hojeado más de una vez en la
biblioteca Eugenio Trías del Retiro. Está protagonizada por Nathan Zuckerman,
alter ego de Philip Roth, que aparecía (si no me fallan las cuentas) en siete
novelas que ya había leído de este autor: La visita al maestro, Zuckerman
desencadenado, La lección de anatomía, La
orgía de Praga, Pastoral americana, Me
casé con un comunista y La mancha humana.
Dentro
de esta colección de novelas, Sale el
espectro actuaría como una especie de coda final, porque en ella Roth nos
acerca a un Zuckerman decadente que, cuando empieza la narración, lleva once
años viviendo retirado en una casa de campo, y sin pisar Nueva York. Zuckerman
tiene setenta y un año, pero ha sido operado de próstata y, desde entonces,
sufre incontinencia urinaria e impotencia. Cuando comienza la historia,
Zuckerman vuelve a Nueva York para someterle a una operación quirúrgica que
podría hacer desaparecer, o al menos disminuir, sus problemas de incontinencia.
Zuckerman ha de salir a la calle con unos pañales debajo de la ropa interior
que no acaban de cumplir a la perfección su labor, y además está empezando a
sufrir pequeños problemas de memoria. Será este último problema el que de
verdad le preocupe: durante la última década ha ido cortando el contacto humano
y vive recluido en su cabaña escribiendo, la actividad que es el verdadero
motor de su vida. Sigue leyendo, pero ya solo se acerca a releer aquellos
clásicos que más le impresionaron durante su juventud, como las obras de Joseph Conrad. De hecho, es alguien que
no conoce internet en octubre de 2004, momento en el que está ambientada la
novela.
En
la clínica de Nueva York se va a encontrar con una persona del pasado: Amy
Bellette, una joven que, medio siglo antes (en 1956), se había convertido en la
amante del escritor judío E. I. Lonoff quien, después de su muerte, se
encuentra ya casi olvidado en Estados Unidos, pero que fue uno de los maestros
literarios del joven Zukerman cuando deseaba ser escritor. En una de las primeras
novelas de Roth, protagonizada por Zuckerman, La visita al maestro, se narra precisamente una visita que hará
Zuckerman a la casa de Lonoff y allí podrá asistir al momento en el que la
mujer de Lonoff le deja tras descubrir que mantiene relaciones con una de sus
exalumnas, Amy Bellette. Zuckerman va a sentir el impulso de seguir por la
calle a Amy, que parece haber sufrido recientemente una operación en el
cerebro, pero no se atreverá a abordarla. Lo que sí hará será comprar en una
librería de segunda mano la primera edición de los relatos de E. I. Lonoff,
aunque son libros que ya tiene, quiere poder acercarse a ellos, de nuevo, en el
hotel, mientras tenga que permanecer en Nueva York. De hecho, la importancia de
Lonoff en la vida de Zuckerman es tan que vive aislado en las montañas
Bershire, donde vivía Lonoff cuando fue a visitarle por primera vez.
Zuckerman
visita un restaurante italiano, donde aún se acuerdan de él, porque fue su
cliente asiduo hace más de una década. Allí abrirá, después de once años, un
ejemplar de la revista The New York Review of Books y se topará con un anuncio
que propone un intercambio de casa por un año: un piso en Nueva York por una
casa en el campo. Zuckerman, animado por el posible éxito de su operación, va a
sentir que ese anuncio estaba ahí para que él lo leyera y contactara con la
pareja que lo ha puesto. Así va a conocer a Billy Davidoff y a Jamie Logan,
jóvenes aspirantes a escritores. La trama se irá complicando porque un amigo de
Jamie, llamado Richard Kliman está escribiendo una biografía de E. I. Lonoff,
con la intención de revitalizar para la literatura norteamericana la olvidada
figura de este autor, que destacó unas décadas antes. Kliman cree haber
descubierto un secreto que Lonoff ocultó de su biografía y, gracias a la
posible provocación de un escándalo, piensa que se va a volver a hablar del
autor. Kliman también está acosando a Amy Bellette, que fue su última
compañera. Además, Zuckerman descubre que Lonoff, que solo había publicado
libros de relatos, durante los últimos años de su vida estaba escribiendo una
novela que es posible que dejara inconclusa.
Zuckerman,
revivido de repente, empezará a sentir deseos por la atractiva Jamie Logan, y
además sentirá la necesidad de enfrentarse virilmente al musculado y alto
Kliman, porque él no piensa que hurgar en los secretos o los trapos sucios de
un artista sea una forma válida de recuperar su obra, y siente que Kliman solo
es un trepa arrogante. «Pero ¿es biógrafo ese espantoso Kliman? Es un impostor.
Lo manchará todo y a todos, y lo hará pasar como la verdad. Es la integridad de
Manny lo que quiere destruir… y ni siquiera es eso lo que quiere. Así es como
se hacen las cosas ahora: exponer al escritor para que lo censuren. Hacer el
definitivo ajuste de cuentas de cada pequeño yerro. Destruir reputaciones es la
manera que tienen esas nulidades de distinguirse un poco. Los valores, las
obligaciones, las virtudes y las normas de la gente no son más que una
tapadera, un camuflaje para ocultar el repugnante cieno que hay debajo.», le
dirá Amy a Zuckerman hablando sobre Kliman y su deseo de escribir una biografía
escandalosa de Lonoff.
El
tema del deseo que Zuckerman empieza a sentir hacia la atractiva Jamie y que se
verá proyectado en una serie de diálogos inventados con ella que Zuckerman
redacta en su hotel, me ha recordado al planteamiento de la novela El
animal moribundo también de Roth. El deseo sexual siempre ha sido uno
de los temas narrativos de Roth, y también ha sabido plasmar, como en este
caso, su decadencia.
Me
ha chocado el desarrollo de una subtrama: en la página 56 Zuckerman le contará
al lector que decidió dejar Nueva York, once años antes, porque estaba
recibiendo amenazas de muerte por carta y en el campo pensó que se iba a sentir
menos expuesto. No recuerdo que en ninguna de las otras novelas de Zuckerman,
en las que ya vivía en el campo se hablara de este tema, y he llegado a pensar
que quizás se tratase de un golpe de efecto narrativo un tanto desafortunado.
El
contexto histórico en el que se desarrolla la historia es de un Nueva York que
está aprendiendo a revivir después de los atentados de las Torres Gemelas, pero
donde sus habitantes tienen miedo de ser víctimas de un nuevo atentado. Por
este motivo los jóvenes escritores Jamie y Bill quieren irse al campo. Además,
las elecciones presidenciales las va a ganar George W. Bush, algo devastador
para algunos de los protagonistas de la novela.
Me
ha gustado regresar, después de unos años sin hacerlo, a una novela de Philip
Roth, de quien –hasta que murió en 2018– yo solía decir que era mi escritor
vivo favorito. Sin embargo, Sale el
espectro no es una de las mejores novelas de Roth. No quiero decir con esto
que el libro me haya disgustado, puesto que ha tenido encanto poder acercarme a
este Zuckerman decadente y espectral, pero diría que el planteamiento de la
novela ha sido superior a su resolución.
Una
consecuencia inesperada de la lectura de Sale
el espectro ha sido que me llevó a comprar de segunda mano, en la página de
Iberlibro, los Cuentos reunidos de Bernard Malamud, el escritor judío
norteamericano en cuya figura se supone que está basado Lonoff. A ver si leo
estos cuentos pronto.
domingo, 17 de marzo de 2024
Mis últimas compras de libros de segunda mano
En mi canal de YouTube comento cuáles han sido mis últimas compras de libros de segunda mano:
domingo, 10 de marzo de 2024
Paranoica fierita, por Miguel Ángel Maya
Paranoica Fierita, de Miguel Ángel Maya
Editorial Carpenoctem. 106 páginas.
Primera edición de 2022
Me había fijado por primera vez en el
nombre de Miguel Ángel Maya (Madrid,
1978) en 2008, cuando ganó el Premio
Caja Madrid de Narrativa con su novela Últimas 2 horas y 58 minutos,
editado por Lengua de Trapo. No
llegué a leer este libro, pero lo hojeé varias veces. Más tarde, he
intercambiado algunos mensajes por las redes sociales con Miguel Ángel, sobre
todo tras mi interés por el escritor argentino Salvador Benesdra, del que él estuvo investigando con la idea de
escribir una novela. En 2022 me escribió para preguntarme si me interesaría
leer su nueva novela, titulada Paranoica fierita. La acepté por esa
amistad en la distancia que nos unía y porque la publicaba la editorial Carpe Noctem, donde yo he
publicado mi novela Caminaré entre las ratas.
La edición de Carpe Noctem presenta
algunas peculiaridades: de entrada, en las primeras páginas del libro está
dibujada –con fondo negro– la cerradura de una puerta y dentro de ella está el
texto inicial de la novela. En estas páginas, un narrador, aún desconocido,
observa los movimientos privados de una mujer en un cuarto de baño y la mira,
efectivamente, a través de la cerradura de una puerta, una puerta antigua
habría que puntualizar. El texto, prescindiendo del uso de puntos, y donde las
frases van de corrido, unidas con la conjunción «y» es desasosegante. En él se
insinúa la violencia y la locura que va a guiar el relato de esta intensa y
corta novela.
Después de estas seis páginas iniciales,
contadas a través de la cerradura de la puerta, pasamos a un paginado más
convencional. Además, se cambia de narrador: ahora pasará ser una mujer que se
despierta magullada en una habitación, con un cadáver ensangrentado a su lado,
y con claros signos de haber sido asesinado de forma violenta, pero ella no
sabe qué ha ocurrido. La narradora, de la que nunca sabremos el nombre,
empezará a contarle a la policía su historia. «Me lanzan preguntas. Son
cuchillos, las preguntas, que buscan clavarse en mi carne y en mi cuerpo, pero
no me encuentran porque de mi boca ni una sola respuesta sale, ni un solo
recuerdo se escapa.» (pág. 17)
En el siguiente capítulo, la narradora
se traslada hasta sus cinco o seis años, cuando vivía con sus padres y su
hermana en una casa «al norte de Saint Simons, cerca de donde empieza el
desierto». Más tarde se citará el nombre de otros pueblos del desierto: San
Elizario, Ruidosa, Candelaria, Las Cruces… Busco estos pueblos en Google y
encuentro que San Elizario es una ciudad de Texas, ubicada en el condado de El
Paso. No se explicita el país en el que se sitúa la acción, pero el imaginario
mostrado sí que hace pensar en la frontera entre Estados Unidos y México. De
hecho, estas primeras páginas en las que se rememora la infancia de la
protagonista, me hacen pensar en la violencia de los escenarios fronterizos que
desarrolló Roberto Bolaño en 2666.
La construcción lingüística también parece tener a Bolaño como modelo: de forma
continua, Maya traza en la página un misterio y una sensación de amenaza
constante, en muchos casos concreta, pero también indeterminada. «Una noche, la
gente del circo se va. Lo dejan intacto, como si hubieran sido avisados de una
inminente epidemia o sido testigos de algo terrible.» (pág. 19), esta última
construcción («testigos de algo terrible») me parece completamente bolañesca.
En el resumen de la contraportada, la
escritora Sara Mesa apunta que esta
obra ahonda en algunas de las obsesiones de Miguel Ángel Maya: «el mundo del
circo, los rituales que sostienen la vida, la locura, la magia, la perversidad
y el mal, el piano como animal mitológico, el cuerpo como topografía del
dolor.» No he leído las anteriores obras de Maya, para poder corroborar las
palabras de Sara Mesa; pero sí que me parece que apunta en la dirección
correcta cuando dice que la atmósfera puede recordar a las de las películas de David Lynch y la trama salvaje a lo Quentin Tarantino. Toda la extrañeza de
Lynch y toda la violencia de Tarantino se pueden encontrar en estas breves,
pero intensas páginas de Maya, escritas –como ya he apuntado– siguiendo la
estela de Bolaño.
Todo lo más terrible que se puede imaginar
el ser humano lo ha dibujado Maya sobre sus páginas: pederastia, agresiones,
violaciones, asesinatos, abusos y violencias de todo tipo, incluso no faltará
la antropofagia… El padre de la narradora la llevará a ella y a su hermana
hasta los terribles manglares, donde las entregará a las fiestas de siniestros
personajes con las cabezas cubiertas por cabezas de animales. Toda la historia
está recorrida por un aire de distanciamiento onírico.
La madre iniciará con la narradora una
búsqueda, a través de los pueblos de la región, de algunos de los personajes
del libro (no quiero destripar la trama), que, de nuevo, me ha recordado a las
búsquedas de detectives salvajes de los libros de Bolaño.
La narradora se encontrará sola a los
trece años, viviendo en una caravana a las puertas de un circo abandonado. La
presencia del mundo del circo, como misterio y como amenaza, es muy intensa en
esta historia, que, sin contar nada extraordinario o mágico, elude el realismo.
A la adolescente de trece años le saldrá un protector inesperado, con el que
iniciará nuevas búsquedas de detectives salvajes, con una atmósfera opresiva en
todo momento.
Además del juego de la cerradura, ya
comentado, habrá otras páginas en las que aparezcan partituras de música, que
yo no sé leer y, por tanto, no sé si tienen significación real en la historia o
son, más bien, decorativas. O incluso una mancha roja, imitando la sangre sobre
la página.
En el tramo final, viviremos un nuevo
cambio de narrador, que acercará al lector a las primeras páginas leídas, y
esta historia misteriosa, en la que yo tenía, en más de una ocasión, la
sensación de estar adentrándose en los resortes internos de una pesadilla, en
la que la lógica narrativa había quedado abolida, cobrará, en gran medida,
unidad y significado. Sin quedar, por ello, unidos todos los cabos expuestos.
Quizás el punto débil que le podría
sacar a Paranoica fierita es que todo
lo terrible que se muestra en esta obra es tan exagerado que a veces parece
bordear la parodia o la búsqueda de lo epatante por encima de la limpieza
narrativa. Las apenas cien páginas de Paranoica
fierita son realmente intensas. Es esta una narración que da más
importancia a la creación de atmósferas que a la de una trama clara (aunque ya
he apuntando que sí que acabará existiendo una trama que se mostrará al final
de la novela). El lenguaje es poético, misterio y oscuro. Lo contado es
terrible, violento y opresivo. Paranoica
fierita es una novela extraña y pesadillesca para amantes de los cócteles
fuertes.
domingo, 25 de febrero de 2024
Estupor y temblores y Ni de Eva ni de Adán, por Amélie Nothomb
Estupor y temblores y Ni de Eva ni de Adán, de Amélie Nothomb
Editorial Anagrama. 143 y 173 páginas.
Primera edición de 1999 y 2007
Traducciones de Sergi Pàmies
Había leído Estupor y temblores
(1999) de Amélie Nothomb (Kobe,
1967) en enero de 2001, sacándola de la biblioteca de Móstoles. Por esos días
yo trabajaba en una auditora norteamericana, en una de las llamadas Big5, un terrible infierno laboral, en
el que podías sufrir la condena de padecer 80 horas de trabajo a la semana. Me
recuerdo leyendo este libro en un tren de Meco a Madrid, una mañana. La empresa
me había enviado a Meco para realizar un inventario en una nave gélida, perdida
en medio de un erial. Y aun así me sentía contento por haber podido alejarme de
la oficina por unas horas. Reconfortado en el calor del tren, leía Estupor y temblores, que trataba el tema
del terror moderno que los seres humanos viven en las oficinas y del que rara
vez parece ocuparse la literatura o el cine. Me sentí muy identificado con la
Amélie –un trasunto de la autora– que narraba aquella historia de humillaciones
y absurdeces. Es posible que la lectura de este libro sea una influencia para
mi novela Esto no es Bambi, que escribí sobre mi experiencia en la
auditora norteamericana.
Estupor
y temblores relata el año que vivió la joven Amélie, de veintidós años, en
la empresa japonesa Yumimoto, año que se corresponde con el comienzo y el fin
de 1990. «El señor Haneda era el superior del señor Omichi, que era el superior
del señor Saito, que era el superior de la señorita Mori, que era mi superiora.
Y yo no era la superiora de nadie.», con esta frase sobre la jerarquía de la
empresa comienza el libro.
Estupor
y temblores se lee como si se tratase de una novela autobiográfica puesto que
la protagonista tiene el mismo nombre de la autora, la misma edad, y ambas
comparten más de un dato biográfico: Nothomb nació y vivió hasta los cinco años
en Japón porque sus padres eran embajadores belgas en aquel país, luego pasó a
China e Indonesia. En la adolescencia se instaló en la Bélgica de sus padres
para regresar a Japón en 1989. En algún momento de Estupor y temblores se evoca esta remota infancia japonesa, pero el
lector no va a conocer nada de la vida de Amélie fuera de la empresa, tema que se
reservará para la novela Ni de Eva ni de Adán (2007).
Uno de los motivos que me han llevado a
esta relectura de Estupor y temblores,
más de veinte años después, es laboral. A mis alumnos de Economía de primero de
bachillerato les pido que lean Rebelión en la granja de George Orwell, y hablo con ellos de los
sistemas económicos, y ahora, que cada vez doy más clases de Gestión de
empresas en bachillerato internacional he pensado pedirles a estos otros
alumnos que también lean un libro. Los temas que trata Estupor y temblores me pueden servir para ilustrar el bloque de
Recursos humanos del temario, ya que aquí se tratan asuntos como el de la
jerarquía empresarial, la definición de tareas, la unidad de mando, la
motivación, los choques culturales… Y, además, recordaba, se cuenta con humor y
con un estilo sencillo, elementos que pueden resultar adecuados para alumnos de
dieciséis años.
«Seguía sin saber cuál era mi misión en
la empresa; pero no me importaba.», dirá Amélie en la página 13, después de
varios días en Yumimoto.
Desde el comienzo de la novela, se
abrirá un calvario laboral para Amélie, ya que nadie parece tener muy claro
cuáles van a ser sus tareas en la empresa a la que acaba de llegar. Y así,
diferentes jefes, de la inicial jerarquía nombrada, irán encargándole tareas a
cada cual más absurda. Hay un momento que, como lector, he sentido incredulidad
ante los despropósitos laborales que estaba leyendo, y he llegado a imaginar
que Nothomb estaba simplificando las tareas a las que no podía enfrentarse para
no aburrir al lector con comentarios técnicos sobre el trabajo, y también con
intenciones cómicas. Así, por ejemplo, ha de estar fotocopian el reglamento del
club de golf del jefe a mano, porque este opina que, si se usa la función
automática, el texto no sale del todo centrado. En cualquier caso, tendrá que
repetir las copias (de forma automática o a mano) un sinfín de veces. Cuando un
jefe de otro departamento le pida ayuda a Amélie por sus conocimientos de
francés, y ésta haga un buen informe sobre un producto que la empresa está
pensando importar para Japón (Yumimoto es una empresa de importaciones y
exportaciones), solo va a recibir reprimendas y castigos por haberse saltado la
cadena de mando y ningún elogio porque su trabajo haya sido útil. Amélie ha
firmado por un año de contrato en la empresa y, a pesar de todos los absurdos y
las humillaciones, se ha propuesto cumplir con él, porque renunciar a una
oportunidad en una empresa es algo inconcebible para un japonés, cultura en la
que desea verse integrada.
Como ya he dicho, un aire de farsa se
desprende del texto. Imagino que, en realidad, Amélie Nothomb (la escritora, no
el personaje del libro) se tuvo que enfrentar a muchas tareas absurdas y
repetitivas, que le quitaban la energía, y aprovechó esta experiencia para
retorcer y simplificar los hechos y acercarse a sus vivencias en la empresa
japonesa de una forma simbólica. De este modo más sencillo, pero más irreal,
consigue transmitir esa idea de absurdez sin caer en la autocompasión y
buscando la simpatía del lector, haciendo el texto más ameno, pero menos
punzante. Menos reflexivo y más infantil, más para todos los públicos, en
definitiva. Esta idea me la corrobora una frase de Ni de Eva ni de Adán, donde nos narra su vida en Japón, pero esta
vez fuera de la oficina. En esta frase dice «por no hablar de algunas noches
que pasaba en la empresa por no haber concluido mi trabajo.» (pág. 153 de Ni de Eva ni de Adán), aquí da a
entender que esta era una situación habitual, y en Estupor y temblores solo se cuenta que esto de salir tarde le
ocurre durante menos de una semana, y la ocupación a la que se le va a asignar
durante sus últimos siete meses en la empresa es tan simple que no podía darse
el caso de salir tarde de la empresa por no haber cumplido con su trabajo.
También se muestra alguna escena un
tanto surrealista, con intención cómica, como que debido a que no consigue
enfrentarse a un trabajo sencillo (como es el de comprobar en yenes el importe
de unos cargos de dietas de los empleados en otra moneda) acaba varias noches
sin dormir en la oficina y esto la lleva al delirio, a quitarse la ropa y a
correr desnuda sobre las mesas, para acabar durmiendo bajo una montaña de
basura.
Como en El castillo de Franz Kafka, Amélie no podrá osar
acercarse al líder supremo de la organización, al señor Haneda del que se habla
en la primera línea del libro. En cualquier caso, si pudiera estar en presencia
del señor Haneda ella debería enfrentarse a él con esos «estupores y temblores»
a los que alude el título de forma irónica, ya que esta es la única fórmula
según la cual en Japón los súbditos deberían acercarse al emperador.
En algunos momentos del libro se le
recuerda al lector que se encuentra ante la evocación de los recuerdos de la
narradora. El estilo narrativo es sencillo y, de vez en cuando, aparece algún
cliché en el texto, como «no daba pie con bola» (pág. 68) o «mujer de primera
fila» (pág. 91), que imagino que el traductor Sergi Pàmies elige para trasladar
al castellano un cliché equivalente del francés.
Algunas de las páginas más interesantes
de Estupor y temblores son aquellas
en las que la autora analiza la sociedad japonesa, y sobre todo aquellas que se
ocupan de la posición de la mujer en dicha sociedad; que debe alcanzar, por
ejemplo, la excelencia en el trabajo y casarse antes de los veinticinco años;
pero si se sacrifica por su carrera no podrá encontrar con quien casarse. Y con
este tipo de contradicciones y presiones ha de organizar su vida.
Como dije al principio, tenía un gran
recuerdo de este libro, por la cercanía temática que sentí a él en su momento.
Ahora mismo, con el paso del tiempo y las lecturas siento que Estupor y temblores es un libro
simpático, escrito con sencillez, que sin ser una gran obra cumple su función
de entretener, hablando de un tema que me interesa: el de los abusos laborales.
Creo que puede ser una lectura interesante para mis alumnos.
Después de terminar Estupor y temblores empecé Ni de Eva ni de Adán (2007) –que saqué de la biblioteca de Móstoles– porque sabía que en esta novela Nothomb volvía al tema japonés y tenía entendido que era una suerte de cara B del otro libro, en el que la autora contaba sus vivencias en Japón, pero, en este caso, las que no transcurrían dentro de la empresa Yumimoto.
En realidad, la historia contada en Ni de Eva ni de Adán comienza a
principios de 1989, justo un año antes de lo contado en Estupor y temblores. La voz narrativa vuelve a ser la del personaje
llamado Amélie y lo contado va a ser coherente con lo expuesto en la novela
anterior; por tanto, he tenido la sensación de estar leyendo una nueva parte de
la misma novela.
Amélie, de veintiún años, acaba de
llegar a Japón para estudiar el idioma y decide además anunciarse como
profesora de francés. «Me pareció que enseñar francés sería el método más
eficaz para aprender japonés», es la primera frase del libro y es
significativa: Nothomb muestra en ella su búsqueda de las contradicciones con
afán cómico. De este modo, va a conocer a Rinri, un joven japonés de veinte
años que estudia francés en la universidad. Unos capítulos más tarde, Amélie y
Rinri van a dar comienzo a una relación sentimental.
Como en Estupor y temblores, la prosa usada por Nothomb en esta novela es
sencilla. «Le quería mucho. Y eso no puedes decírselo a tu novio. Lástima. Por
mi parte, quererlo mucho significaba mucho.
Me hacía Feliz.
Siempre me alegraba de verlo. Sentía por
él amistad y ternura. Así era la ecuación de mi sentimiento hacia él y aquella
historia me parecía maravillosa.» (pág. 53)
A veces, como en la otra novela, también
usa algún cliché o alguna expresión demasiado oral como «Mira quién fue a
hablar» (pág. 21), «arrojar la toalla» (pág. 24), «se les crucen los cables»
(pág. 27), «me importaba un comino» (pág. 41)
En Ni
de Eva ni de Adán el texto se divide en capítulos, a diferencia de lo que
ocurría en Estupor y temblores, donde
toda la narración iba de corrido. En los capítulos de Ni de Eva ni de Adán se narran sucesos normalmente amables, en los
que Nothomb hace hincapié en mostrarnos los choques culturales de una joven
occidental en Japón. Como ya ocurría en Estupor
y temblores, en esta novela la narradora también juega al despiste, a
mostrarnos que no analiza bien la realidad, con intenciones cómicas. Así, por
ejemplo, aunque al lector le queda claro, desde casi el principio, que Rinri es
un joven de la clase social alta tokiota, de forma recurrente, Amélie hablará
de sus sospechas de que pertenecía a la Yakuza, la mafia japonesa. Se narrará
alguna visita a la costa, una escalada al monte Fuji, a la isla de Sado…, y más
que una historia de amor hacia una persona, Rinri, esta novela acabará siendo
una historia de amor hacia un país, Japón.
Los capítulos tienen encanto, aunque
avanzan sin tener tensión narrativa. Lo único que parece mover la casi
inexistente trama del libro es la capacidad de Nothomb para generar extrañeza
mediante sus exageraciones cómicas, como la de que Amélie se transforma al
subir o bajar montañas y entonces puede caminar por ellas a más velocidad que
el resto de los humanos. Todo esto es simpático, aunque también algo infantil.
En otros capítulos se incide en el exotismo oriental, como la ocasión en la que
en la isla de Sado le ofrecen a Amélie en el hotel comer pequeños pulpos vivos,
ante su repulsión.
Siguen siendo interesantes, como ya
ocurría en la novela anterior, aquellas páginas en las que Nothomb nos habla de
la sociología japonesa: así sabremos, por ejemplo, que los años universitarios
son los años de relajación para el japonés medio, que durante el colegio tendrá
que esforzarse mucho para llegar a la universidad, y que en el mundo laboral no
tendrá tregua hasta que se jubile, pero durante la universidad puede sentarse a
contemplar el paisaje.
Me ha gustado cuando el tiempo narrativo
de Ni de Eva ni de Adán se acercaba
al de Estupor y temblores. Así leemos
en la página 152:
«Principios de enero de 1990, entré en
una de las siete inmensas compañías niponas que, bajo la apariencia de
negocios, tentaban el verdadero poder japonés. Como cualquier empleado, pensaba
trabajar allí cuarenta años.
En mi tratado de estupor y temblores,
conté por qué apenas conseguí permanecer hasta el fin de mi contrato de un año.
Fue un descenso a los infiernos de una
extrema banalidad. Mi destino no difirió radicalmente del de la inmensa mayoría
de empleados japoneses. Solo se vio agravado por mi condición extranjera y por
cierto genio personal para la torpeza.»
Por fin, en las páginas finales de Ni de Eva ni de Adán conoceremos algo de
la vida de Amélie fuera de la empresa Yumimoto: «Llevaba una doble vida.
Esclava de día, novia de noche. Habría podido sacar provecho de ello si las
noches no hubieran sido tan cortas: nunca me reunía con Rinri antes de las diez
de la noche y en aquella época ya me levantaba a las cuatro de la mañana para
escribir.» (pág. 153)
En las páginas finales del libro sí que
aparecen, al fin, atisbos de tensión narrativa, ya que el lector asistirá a las
no fáciles decisiones que Amélie ha de tomar sobre su futuro.
En definitiva, me ha gustado volver,
después de más de veinte años, a Estupor
y temblores, un libro que me ayudó en su momento a pasar un mal trago
personal, y me ha gustado también ampliar mis conocimientos –gracias a Ni de Eva ni de Adán– sobre la vida de
Amélie en Japón, un país que me resulta fascinante y que sueño poder visitar
algún día. Estupor y temblores y Ni de Eva ni de Adán no me parecen gran
literatura, pero son libros simpáticos y que tratan temas que me interesan. A
veces, solo esto es ya suficiente.
domingo, 18 de febrero de 2024
Un lugar desconocido, por Seicho Matsumoto
Un lugar desconocido, de Seicho Matsumoto
Editorial
Libros del Asteroide, 250 páginas. Primera edición de 1975; esta es de 2021
Traducción
de Marina Bornas
En
2022, tras mi reencuentro con el premio Nobel Kenzaburo Oé, al que no leía desde la década de 1990, leí más
libros de autores japoneses; y ya en 2023, aunque en menor medida, seguí con
esta tendencia. Observando la web de la editorial Libros del Asteroide me fijé en que publicaban a un autor,
desconocido para mí, al que se le consideraba el más representativo de la
novela negra japonesa, Seicho Matsumoto
(Kitakyushu, 1909, Tokio, 1992). Sentí curiosidad y solicité a la editorial que
me enviaran Un lugar desconocido, para poder leerla y comentarla.
Tsuneo
Asai, el protagonista de la novela, tiene cuarenta y dos años y trabaja como
encargado jefe del departamento de Alimentación del Ministerio de Agricultura.
Vive en Tokio y, cuando comienza la narración, se encuentra en Kobe,
acompañando al director general Shiraishi en un viaje de negocios, en el que
visitan fábricas de alimentos enlatados. Asai va a recibir una terrible
noticia, que le llegará desde el teléfono del restaurante en el que se
encuentran cenando: su mujer Eko ha fallecido en Tokio por un paro cardiaco.
Asai ha de regresar rápidamente a su casa. Aunque es posible que el lector no
se dé cuenta en ese momento, la escena en la que Asai se despide de su jefe y
de los empresarios con los que está cenando es muy significativa en la
construcción de la novela. Asai, lejos de perder los nervios y abandonar el
restaurante precipitadamente, organizará el resto del viaje para su jefe. «Mientras
recorría el pasillo de vuelta a la sala de banquetes, decidió pedirle al
vicepresidente Yagishita que atendiera al director Shibaraishi. No podía pedir
al ministerio que enviara un sustituto, así que su jefe tendría que completar
solo los dos días de visitas que todavía tenía por delante. Un hombre como él,
al que le gustaba darse aires de importancia, se sentiría humillado viajando
sin acompañante. Se planteó pedir un sustituto a la delegación de Hiroshima,
pero descartó la idea porque le pareció irrespetuoso dejar al director general
y a los empresarios con alguien que no fuera de la sede del ministerio. A pesar
de la conmoción de haber perdido a su mujer de forma tan repentina, Asai estaba
completamente centrado en resolver los asuntos del trabajo.» (pág. 13)
Asai
se casó con Eko un año después de quedarse viudo, cuando él tenía treinta y
cinco años y ella veintisiete. Aunque la diferencia de edad es de ocho años,
pronto Asai empezará a tratar a su mujer como si esta diferencia fuese más
grande, y no tardará en «malcriarla», a permitirle todos sus caprichos. Esto
hará que Eko llegue a pasar días enteros sin salir de la cama. Sin embargo,
empezará a animarse cuando se apunte a clases de pintura o de poesía, donde
empezará a tener un moderado éxito componiendo haikus.
Asai
nunca se ha sentido atractivo para las mujeres y su vida sexual con Eko nunca
fue muy intensa; y menos todavía cuando a ella le diagnosticaron una dolencia
cardiaca que hacía que las relaciones sexuales no fuesen recomendables para
ella. Asai y Eko hacían casi vidas separadas, y Asai se centró definitivamente
en el trabajo y en su deseo de ser alguien respetado en ese entorno.
Asai
y su cuñada van a visitar una perfumería, cuya dueña llamó a la casa familiar
para avisar que Eko había entrado en su comercio, pidiendo ayuda al haberse
sentido mal en la calle. Quieren agradecerle a la dueña del local las molestias
que se tomó con Eko. En la novela la idea de los convencionalismos y
formalismos sociales va ir cobrando cada vez más importancia. La perfumería
está ubicada en un barrio residencial de clase alta y, aunque Asai sabe que su
mujer acostumbraba a pasear por lugares apartados, con la idea de encontrar inspiración
para sus poemas, no entiende bien por qué Eko podía hallarse en ese lugar. Las
sospechas de Asia se dispararán cuando descubra que en ese barrio, y cerca de
la perfumería, existen una serie de hoteles de citas. En los últimos años, Eko,
cerca de los treinta y cinco, y a pesar de su enfermedad cardiaca había comenzado
a resplandecer y tener un aspecto más atractivo que antes. Asai empezará a
comprender, tarde, que lo más seguro es que Eko tuviera un amante. Esta idea
empezará a obsesionarle y a trastocar su ordenada vida de funcionario en el
Ministerio de Agricultura. Asai se convertirá en un detective aficionado que
investiga la muerte de su mujer y, cuando considere que ya no puede llegar más
lejos de lo que ha llegado, no dudará en contratar a unos detectives
profesionales para que continúen la labor por él. Eso sí, siempre que acuda a
la agencia de detectives lo hará camuflado tras unas gafas oscuras y sin dar su
verdadero nombre, ante el temor de que se descubra que su mujer le era infiel y
esto pueda perjudicar su carrera laboral.
Un lugar desconocido (1975) es la
tercera novela de Seicho Matsumoto que publica en España Libros del Asteroide,
antes había publicado El expreso de Tokio (1957), La
chica de Kyusshu (1961), y, hace poco, han publicado una cuarta,
titulada El castillo de arena (1961). Leyendo los argumentos de las
otros tres novelas, tengo la sensación de que estas son «novelas negras» de un
modo más claro que Un lugar desconocido;
porque en ellas hay un asesinato en primera instancia y lo investiga un policía
(al menos en dos de ellas). Un lugar
desconocido sí acabará siendo una novela negra, pero en realidad parece,
más bien, una novela sobre la fatalidad, que en algunos momentos me ha
recordado a una película de los hermanos
Cohen o a alguna novela de Patricia
Highsmith como La jaula de cristal.
Si
alguien busca una novela negra convencional, o llega hasta Un lugar desconocido atraído por la idea de que Matsumoto es el
gran representante de la novela negra japonesa, quizás se vaya a decepcionar,
porque, desde luego, no existe aquí una narración trepidante al estilo de las
que pueden ser las de Dashiell Hammett
o Raymond Chandler. Sin embargo, sí
que se va a encontrar con una narración muy interesante sobre el Japón de
comienzos de la década de 1970. Ante el cadáver de una persona asesinada, que
aparecerá en la novela, la policía empezará sospechando que se puede tratar de
un criminal que imita los asesinatos de Charles Mason (Sharon Tate murió en
agosto de 1969, así que lo normal es pensar que la acción de la novela se sitúa
a comienzos de la década de 1970), y esto hará que, de forma sutil, Matsumoto
haga una pequeña crítica a la sociedad japonesa de la época: Japón no solo
imita la economía estadounidense, sino también a sus criminales.
Me
ha gustado Un lugar desconocido porque en realidad es,
precisamente, una novela que, usando como escusa la resolución de un misterio,
critica a la sociedad de la época que retrata. Un lugar desconocido es una novela que nos muestra hasta dónde
están dispuestas a llegar las personas por conservar las apariencias sociales
(dentro de unos códigos muy rígidos) y por conservar su posición laboral,
refugio último de su identidad, una identidad que diluye u oculta todas las
pasiones que normalmente no se atreven a mostrar. Me ha gustado mucho la fina
ironía, el humor final, que muestra Matsumo en la resolución de la novela. Me
he quedado con ganas de acercarme a alguna más de las otras novelas suyas que
ha publicado Libros del Asteroide.
domingo, 11 de febrero de 2024
Top 20 de libros latinoamericanos
En mi canal de YouTube Bienvenido, Bob he publicado una colaboración con la profesora de español nicaragüense Laura Rodríguez, donde cada uno elige sus 10 libros latinoamericanos favoritos:
domingo, 4 de febrero de 2024
Agobios lectores para 2024 (heredados de 2023)
En este vídeo reflexiono sobre mis deseos de lecturas para 2024, con algunos agobios por libros acumulados:
domingo, 28 de enero de 2024
Cuentos, de Antón P. Chéjov
Cuentos, de Antón P. Chéjov
Editorial Alba, 871 páginas. Primera
edición de 1883-1902; esta es de 2023
Traducción de Víctor Gallego Ballesteros
Leí mis primeros
cuentos de Antón P. Chéjov
(Taganrong, 1860 – Badenweiller, 1904) en un pequeño librito de la editorial Alianza –dentro de su
colección Alianza Cien– que se titulado La corista y otros cuentos, que solo
contenía cuatro cuentos, y que compré en El Corte Inglés, exactamente el 10 de
febrero de 1996 (al abrir el librito estaba el ticket en la primera página).
Los cuentos eran: La corista, El hombre enfundado, Enemigos
y La
señora del perrito, que son cuatro de sus relatos más significativos.
Por esos mismos días descubría yo los cuentos de Juan Rulfo y sentí que los de este último me parecían mucho mejores
que los de Chéjov. Aún tendrían que pasar unos años para que yo me enamorara de
Chéjov. Leí, más tarde, en marzo de 2005, una antología más extensa de Alianza
que se titulada La señora del perrito y otros cuentos, que tenía diez; y
también Cuentos imprescindibles,
seleccionados por Richard Ford, que
también leí en marzo de 2005, y que en España editó Debolsillo. Esta última, que contaba con veinte cuentos, fue la
selección que finalmente me hizo caer subyugado ante el encanto de Chéjov. En
2016 y 2017 leí dos libros de Chéjov de la editorial Alba, titulados Cinco
novelas cortas y La estepa / En el barranco, que
contenían siete novelas cortas de Chéjov, que me encantaron y que me parece que
es una parte de su obra que se conoce mucho menos.
En casa tengo sin
leer, desde hace ya bastantes años, otra antología de cuentos de Chéjov en la editorial Pre-Textos, y que contiene
diez piezas. Sin embargo, antes de acercarme a este libro me apeteció pedirle a
la editorial Alba una de sus
novedades en Alba Minus, que apareció en marzo de 2023, y es este Cuentos
de Chéjov, que hoy reseño, que contiene 60 cuentos, con 871 páginas, y que
están traducidos por Víctor Gallego,
que es el autor de las estupendas traducciones de los rusos para Alba.
De la introducción
me llaman la atención unas palabras: no es fácil realizar una antología de los
cuentos de Chéjov, debido a su gran producción, y a que ni siquiera los grandes
autores clásicos se ponen de acuerdo sobre cuáles son sus mejores cuentos. De
hecho, he comprobado que de los diez cuentos de la antología de Pre-Textos no
coinciden muchos con los de Alba.
Los primeros
cuentos de esta antología están fechados en 1883; es decir, cuando Chéjov tenía
veintidós o veintitrés años. Los orígenes de Chéjov son humildes y, desde muy
joven, ha de ganar dinero publicando cuentos en revistas, para costearse sus
estudios de Medicina y poder ayudar económicamente a sus padres y hermanos.
En la barbería es el primer
cuento y acaba siendo una pequeña crítica de costumbres de personajes rusos,
más o menos esperpénticos, escrito con intención cómica. Debo decir, desde ya,
que me gusta que la selección de Alba pretenda abarcar una muestra
significativa de todas las etapas creativas de Chéjov y que no solo ha
seleccionado los cuentos que se suponen que son más brillantes, aquellos en los
que Chéjov dominaba perfectamente su arte. De este modo, En la barbería es un cuento que está muy lejos de ser uno de los
que entendemos como representativos del autor. Se lee con simpatía, porque el
lector sabe de qué es capaz el autor, y que aquí, aún, no ha conseguido.
Esto mismo va a
ocurrir con los siguientes cuentos: La muerte de un funcionario y La
hija de Albión. Además, son cuentos bastante más cortos que los que van
a ser sus piezas más significativas.
El cuarto es La
cerilla sueca y me parece que destaca un poco, respecto a los
anteriores, porque es más largo y mantiene una pequeña trama de detectives. Sin
embargo, será de nuevo una pequeña crítica de costumbres, sobre personajes
perdidos que no consiguen alcanzar sus aspiraciones.
Cirugía es de 1884 y
seguimos con lo mismo: dos personajes comienzan hablando amablemente para
acabar enfadándose.
En El
camaleón se critica a ese tipo de personas que apoya una causa u otra
según la capacidad que esta tenga para generarle o no problemas. Las
intenciones son demasiado claras y Chéjov sigue sin brillar. Igual ocurre con De
mal en peor, donde se critica a un hombre intratable.
El octavo relato
es Las ostras (1884), que, a
diferencia de los otros, está escrito en primera persona. En él, desaparece el
humor y la melancolía gana espacio a la crítica de costumbres, sin llegar ésta
a desaparecer. Un hombre evoca un recuerdo de niño, en el que va a sufrir una
cruel humillación. Aquí se ha producido ya un salto de calidad.
En De
mal humor, un cuento de apenas tres páginas, volvemos al principio. Más
simpático me parece Los nervios, que introduce el tema del espiritismo y el miedo,
y acaba siendo una comedia un poco pícara.
Los cuentos de
1885 empiezan a ser un poco mejores. Los simuladores es, de nuevo, una
crítica de costumbres con tintes cómicos, pero me ha parecido mejor que otros
cuentos anteriores. Algo parecido siento con Apellido de caballo, El
cazador, El Malhechor (quizás este es el mejor cuento de los
seleccionados en este año) y ¡Qué público!
En 1886, en la
página 137 del libro, se produce el salto definitivo. El Chéjov que conocemos,
gracias a las antologías clásicas, empieza aquí su andadura real, cuando tenía
veinticinco o veintiséis años. Alguien podría pensar ¿y por qué no empezar el
libro aquí? Podría ser una idea, pero, como ya he apuntado antes, no me ha gustado
conocer todas las etapas creativas por las que pasó el genio de Chéjov.
De los cuentos de
1886, el primer seleccionado es Tristeza y creo que
aquí estamos ya ante la primera obra maestra. Un cochero, al que se le acaba de
morir su hijo, busca clientes en las oscuras calles de una ciudad, mientras
está empezando a nevar. El cochero no parece encontrar a nadie que quiera
escuchar su triste historia. Es un cuento muy bello y melancólico sobre la
soledad. El humor inocente de los primeros cuentos ha desaparecido aquí y la
melancolía que apareció en Las ostras
domina ya la composición del relato.
En cuentos como Aniuta
(sobre una joven que suele convertirse en acompañante de estudiantes) o Iván
Matveich (sobre un profesor que sufre los continuos retrasos de su
joven escriba) –ambos cortos– Chéjov ha dejado atrás el humorismo de trazo
grueso anterior, y aparece la compasión hacia sus personajes, que será un
sentimiento que va a acompañarnos en la mayoría de sus relatos.
La bruja es un relato más
largo y, sin ser uno de los más destacados del libro, aquí sí que empieza a
brillar el Chéjov adulto, que muestra las frustraciones y la infelicidad vitales
de las personas. Me ha parecido muy moderno el modo en el que Chéjov nos
muestra el deseo sexual femenino. Agafia también nos habla del deseo
de las mujeres en una sociedad de 1886 que, pese al machismo de la época,
consigue ser más moderna, que, por ejemplo, la España de 1940. Un atractivo de
este cuento es que está escrito en primera persona y Chéjov cuenta la historia
a través de un narrador testigo. Una mujer casada joven siente la tentación de
acostarse con un atractivo joven de la localidad, que vive casi como un
vagabundo. El relato acaba antes del estallido final, insinuando la violencia,
pero sin mostrarla.
En el prólogo, que
no aparece firmado, pero que supongo que se debe al traductor Víctor Gallego,
se afirma: «Pueblan los relatos de Chéjov unos seres extraños, inútiles, llenos
de buenas intenciones, pero incapaces para la acción» (pág. 18). Esta
definición se puede aplicar perfectamente al cuento Pesadilla, donde un
hombre, miembro de la comisión de asuntos rurales de su localidad va a visitar
al nuevo cura y le avergüenza su aparente falta de tacto y elegancia. Empezará
considerando que no es una persona adecuada para el cargo que ocupa, para
acabar comprendiendo las condiciones miserables en las que vive, tratar de
ayudarle y darse cuenta, en realidad, de que solo ha tenido capacidad para
perjudicarlo.
La noche de Pascua, en el que un
barquero pasa a gente de una orilla del río a otra, donde se celebra una
fiesta, el mismo día que ha muerto su amigo, parece una versión extendida de Tristeza. De nuevo el hombre en soledad,
sin poder compartir su dolor, frente a la indiferencia del mundo.
Normalmente se
considera La corista una de las cumbres
creativas de Chéjov. En este relato una joven corista, que habitualmente se
encuentra rodeada de admiradores, recibe en su casa la inesperada visita de la
mujer de uno de estos admiradores. Me parece bueno, pero los hay mejores en
este libro.
Por casualidad está escrito con
la técnica del narrador testigo y en él se cuenta la historia de un amor
desgraciado entre dos personajes maduros. Es un relato bello y melancólico.
En Pequeñeces
de la vida un hombre que visita a una mujer con un hijo, separada de su
marido, va a descubrir lo que opina este último de él, a través del hijo
pequeño, que al final del relato se sentirá traicionado, «era la primera vez en
su vida que se enfrentaba cara a cara, de forma tan brutal, con la mentira»
(pág. 249)
Vanka es un cuento
corto sobre los abusos que sufre un niño de nueve años que trabaja de aprendiz
de zapatero. Un cuento muy dickensiano.
La helada que muestra la
pobreza física de algunos personajes, que tratan de ocultarla, me ha parecido
más flojo que los anteriores.
Enemigos
(1887) es una de las cumbres del libro. Un médico al que se le acaba de morir
su único hijo de difteria recibe la visita de un hombre alterado que necesita
que vaya a su casa a ayudar a su mujer que ha caído gravemente enferma. No sé
si me había dado cuenta en las veces anteriores que he leído este relato, pero
en esta ocasión me he percatado de la relación compositiva que tiene con el
cuento Parece una tontería de Raymond
Carver. Es decir, Carver declarado admirador de Chéjov, había leído Enemigos y había querido darle una
vuelta de tuerca. En Enemigos un
personaje trata de explicarle su desgracia a otro, lo que hubiera sido todo un
alivio para él, pero el otro, lejos de querer entenderle, elije ofenderse, y
los dos pasarán a ser enemigos para siempre. En Parece una tontería, los personajes empiezan como enemigos y al
final la pareja que ha perdido a su hijo sí que encontrarán consuelo al ser
escuchados por el tercer personaje, el pastelero. Dos obras maestras del cuento,
que conversan entre sí.
En Enemigos me gustaría destacar también
las descripciones de los paisajes nevados. En muchos cuentos de Chéjov, las
descripciones de paisajes dan a la composición un toque muy bello y poético.
Me gusta la
composición de Vérochka, ya que, aunque se narra algo que ocurre aparentemente
en el presente narrativo del relato, en realidad el personaje está recordando
algo que le ocurrió en el pasado, cuando se dio cuenta de que era una persona
incapaz de amar y comprometerse. Un buen cuento sobre los desencuentros
vitales.
Tifus, sobre la
desgracia de la muerte, me parece un cuento inferior a otros.
El juez de instrucción, donde un hombre
descubre que la vida (al menos la suya) ha dependido más de las causalidades
que de las casualidades es un duro cuento, con el anticuado truco de la
sorpresa final.
Volodia es el relato de
un joven de diecisiete años, poco agraciado, que durante un día podrá jugar a
sentirse todo un conquistador. Un cuento con un final exageradamente trágico.
De Un
trotamundos me gusta la originalidad de los personajes, un joven judío
que ha cambiado de religión y su peregrinaje a un convento. Original.
El caramillo es un cuento
curioso en el que un administrador de finca se encuentra con un anciano que
sufre de ecoansiedad, ya que siente que cada vez hay menos animales en la
región en la que vive.
El beso
es
uno de mis cuentos favoritos de Chéjov, en el que un poco agraciado oficial del
ejército recibe un beso por equivocación. Algo que no le había ocurrido nunca
va a disparar su imaginación y sus anhelos hacia sueños que solo pueden acabar
en la decepción. «Todas las cosas con las que sueño y que me parecen imposibles
e irreales, en realidad son absolutamente comunes –pensaba Riabóvich, mirando
la nube de polvo que el coche del general dejaba a su paso–. Son cosas
ordinarias y les suceden a todos». (pág. 387) Es un cuento bellísimo.
Relato de la señorita N. N. destaca porque es
el único que está narrado por la primera persona de una mujer. Es un cuento
sobre la vida que no tiene vuelta atrás y el lamento por las decisiones del
pasado.
Ganas de dormir es un cuento
sobre los abusos que sufre una niña de trece años que trabaja de niñera,
similar a Vanka, pero con un final mucho más terrible. Es un cuento
inferior a otros del conjunto.
Luces,
con sus casi 50 páginas, es el cuento más largo del libro. Un hombre mayor
previene a otro joven sobre dejarse llevar por ideas nihilistas. Como ocurre en
otros relatos, los personajes citan a autores de la literatura rusa como Gogol,
Tolstoi o Dostoievski. Existe aquí un interesante juego de dos narradores, con
un relato dentro del relato. Es una gran novela corta sobre la asimilación de
las consecuencias de nuestros actos.
En El
zapatero y el diablo hay un desarrollo casi fantástico (que acaba
siendo un sueño) y esto ha hecho que el cuento me parezca inferior a otros.
La apuesta es un cuento
extraño, que no parece de Chéjov, donde un hombre apuesta con otro permanecer
aislado en una celda por dos millones de rublos. Es un cuento sobre las
casualidades que me ha parecido más comercial que otros. Es curioso cómo, a
veces, he tenido la sensación que los peores cuentos del libro eran más
efectistas, como si estuvieran escritos de un modo más apresurado con la
intención de ganar un dinero fácil. Sin embargo, este no es un mal cuento.
En La
princesa aparece de nuevo el tema de las buenas personas que son
incapaces de aportarle algo útil al mundo, pero que no dejan de salir de su
complacencia.
Gúsiev es un cuento
extraño, que transcurre en altamar y que nos presenta una conversación entre
unos soldados que regresan a casa desde China aquejados de tuberculosis. No he
conseguido entrar en él.
Campesinas es un cuento con
narrador interpuesto que habla de violencia machista, donde una mujer que ha
tenido un amante acabará repudiada por el marido y por el amante amante. Es
duro, un buen cuento.
La cigarra
es
otro de los mejores cuentos del libro sobre una mujer que se casa con un
médico, que cuido a su padre, pero al que no aprecia mucho, ya que ella quiere
ser famosa y estar rodeada de artistas. Hasta cierto punto parece que aquí
Chéjov se desdobla en dos personalidades, la del artista y la del médico, y al
final retrata a los artistas como vanidosos e inútiles y elogia la dedicación y
el sacrificio del médico. Muy emocionante.
En deportación nos llega a un
clima extremo y al trabajo de los barqueros, de nuevo. Es un cuento sobre las
diferencias sociales y la pobreza.
Vecinos
es otros de mis cuentos favoritos del libro. En él un joven lamenta que se su
hermana se ha ido a vivir con su vecino, un hombre casado. El joven se acabará
dando cuenta de lo vacía que está su vida. La última página del cuento es
demoledora: «Toda su vida le pareció de pronto tan oscura como esas aguas en
las que se reflejaba el cielo nocturno y en las que se entrelazaban las plantas
acuáticas. Y tuvo la impresión de que aquello no tenía remedio» (pág. 594)
Terror, donde un
narrador acaba sintiéndose atraído por la mujer de su amigo, al que no quiere
traicionar, pero que no está seguro de si acabará haciéndolo o no, también es
muy bueno.
El monje negro (1894) trata de un joven licenciado en
filosofía, enfermo de los nervios, que decide visitar en el campo a su antiguo
maestro, quien está obsesionado con el cuidado de un huerto. El protagonista
sucumbirá a las alucinaciones, cuando se desarrolle la enfermedad mental que
sufre. Es un cuento muy inquietante.
Como leemos en la
introducción, a mediados de la década de 1890 Chéjov sabe que ha contraído tuberculosis
y que lo más normal es que no viva muchos años. Por eso, la muerte empieza a
estar muy presente en sus cuentos de la última década, pero también el deseo de
apresar la belleza de la vida.
En El violín de Rothschild el
personaje es un hombre que vive de fabricar ataúdes, además toca el violín en
una orquesta, que le tolera pese a su odio hacia los judíos, religión que siguen
algunos de sus otros miembros. Es un cuento que plantea una hermosa reflexión
sobre la muerte y la trascendencia de la vida.
El estudiante es uno cuento muy
corto y más intrascendente.
Ariadna, donde un ruso le
cuenta su historia a otro ruso en el trayecto en barco entre Odesa y Sebastopol
es, otra vez, un gran cuento. De nuevo aparece aquí el tema de las personas que
necesitan ser admiradas y que se empeñan en vivir por encima de sus posibilidades.
Casa con desván parece prevenir,
de nuevo, a la juventud sobre los peligros del nihilismo. Sus ideas
desesperadas harán a un joven pintor perder a la que podría haber sido el amor
de su vida.
En el carro nos presenta,
como excepción, a un nuevo protagonista femenina, a una maestra de un pueblo
que, tal vez, podría haber sido feliz si hubiera conseguido conquistar a un
hombre que le gustaba.
El hombre enfundado no me gustó mucho
cuando lo leí la primera vez, hace ya casi treinta años, pero me ha gustado
ahora, sin llegar a parecerme uno de los cuentos más destacados del libro, creo
que su metáfora sobre el hombre que trataba de protegerse es demasiado
evidente.
Las grosellas y Del amor, de 1898, y que
aparecen seguidos en el libro, son dos cuentos entrelazados, ya que en ellos
hay dos cazadores, los mismos en los dos relatos, que reciben el peso de una
historia. Las grosellas trata sobre la posibilidad de que alguien se
pierda dentro de sus sueños y no sea capaz de ver el sufrimiento de los demás.
En Del amor un hombre no se decide a
amar a la mujer de su amigo y acabará pensando que lo que le frenó fue algo
inútil. En realidad, La dama del perrito
es una contestación a este cuento, Del
amor.
Una visita médica es un cuento de
1898, donde ya aparecen los teléfonos, y donde se critican las condiciones en
las que viven los trabajadores de una fábrica. Esto me ha recordado a la novela
corta de Chéjov En el barranco, que era de 1900, y también se criticaba cómo la
modernidad del humo de las fábricas parecía pervertir la belleza de los
paisajes rusos. De nuevo un cuento sobre personas aparentemente bondadosas que
no consiguen hacer el bien.
La nueva dacha, donde el
protagonista es un ingeniero que construye un puente en un río, y acaba
comprando un terreno, en un pueblo cercano, para hacerse una casa, es un cuento
sobre la envidia y el miedo al progreso en el campo ruso.
La dama del perrito es de 1899 y lo he debido de leer ya por
cuarta vez. No me entusiasmó en su primera lectura de los años 90, y luego me
encantó más tarde. Richard Ford
decía en el prólogo de su antología que eso fue lo que le pasó a él: que La dama del perrito fue un cuento que le
dejó frío con dieciocho años, pero que amó con treinta. Quizás se necesita
haber vivido ya algo para apreciar la sutileza de esta gran pieza.
En fiestas es un cuento
corto sobre las relaciones familiares entre la aldea y los emigrados a la
ciudad. Es inferior a otros tratados aquí.
El obispo de 1902 es el
último cuento que escribió Chéjov, que moriría dos años más tarde. Un hombre,
que ejerce de obispo, se encuentra cercano a la muerte y lo que le apetece es
sentir el calor de su madre, de los suyos, pero el puesto que ocupa en la
sociedad hace que sus seres queridos se acerquen a él de un modo demasiado
respetuoso y poco natural. Es un bello cuento crepuscular.
Dejo aquí una lista, como recordatorio para el futuro
de los que me han parecido los mejores cuentos: Las ostras, Tristeza, La corista, Enemigos, El beso, Luces, La cigarra, Vecinos, El monje negro, El violín de Rothschild, Las
grosellas, Del amor y La dama del
perrito.
En general,
destacaría la modernidad de los cuentos de Chéjov, la sutileza de sus
planteamientos, donde lo más importante de las relaciones entre los personajes
transcurre en la historia a un nivel subterráneo, y raramente explotan todos
los dramas como podrían explotar. Yo leí durante los años 90 a muchos
cuentistas norteamericanos, que se acabarían convirtiendo en algunos de mis
escritores favoritos: Raymond Carver,
Richard Ford o Tobias Wolff, y los tres han bebido de Antón P. Chéjov, que es el
autor que ha creado la mirada moderna sobre el relato de ficción. Estos Cuentos de Antón P. Chéjov han sido una
de mis grandes lecturas de 2023.