miércoles, 31 de enero de 2018

La mirada de los peces, por Sergio del Molino.

Editorial Random House. 210 páginas. 1ª edición de 2017

De Sergio del Molino (Madrid, 1979) había leído hasta ahora tres libros: No habrá más enemigo, La hora violeta y Lo que a nadie le importe. Le conocí en persona en el Encuentro de Blogs literarios que tuvo lugar en el Media-Lab Prado de Madrid en 2012 y, desde entonces, me aficioné a sus títulos. Estuve también en la presentación de La España vacía en 2016 y tengo firmada la primera edición. Este libro tuvo mucho éxito y ya va por la octava o novena. Sin embargo, aún no he leído este libro. El motivo es absurdo: me propuse compaginar la ficción con los ensayos económicos, y al ser La España vacía un ensayo (pero no de economía) mi subconsciente ha ido postergando su lectura. Así que cuando apareció La mirada de los peces me pareció un sinsentido pedírselo a la editorial si no había leído aún su anterior obra. Pero La mirada de los peces es una novela y por tanto no rompía mis reglas de lectura. Y además, y simplemente, los adictos a la entrada de nuevos libros en casa somos así. Basta de justificaciones.
Cuando leí algún comentario positivo en Facebook sobre la nueva novela de Del Molino, afirmando que hablaba de los 90 y que era una novela generacional, me apeteció leerla. Se la solicité a Random House y desde la editorial me la enviaron muy amablemente.

Siguiendo la línea narrativa de exploración de la propia vida que inició Del Molino con La hora violeta y continuó con Lo que a nadie le importa, el narrador y personaje de La mirada de los peces es el propio Sergio del Molino. Por tanto, la unidad entre estos tres libros es, lógicamente, muy fuerte: la misma voz narrativa, la misma mirada sobre el mundo y los mismos escenarios, que para el lector de Del Molino empiezan ya a ser familiares (la mujer Cris, el hijo Daniel…), y no sólo para el lector de sus novelas, porque quien sigue a Del Molino en Facebook siente que está leyendo en esta red social páginas sueltas de sus libros, y sabe que algunos de sus materiales y anécdotas son trasferibles desde un soporte al otro.

El hilo narrativo principal de La mirada de los peces es un hecho de carácter dramático: Antonio Aramoyana, antiguo profesor de Filosofía en el instituto de Del Molino y conocido activista social y político de la ciudad en la que ambos viven –Zaragoza– se está despidiendo de sus familiares y amigos. Como buen nietzscheano, ante el deterioro de su cuerpo (tiene que tomar cada día treinta y una pastillas y moverse en una silla de ruedas) ha decidido suicidarse. En este caso, el suicidio sería una afirmación de su voluntad, un corolario a sus años de militancia en movimientos como Derecho a una Muerte Digna. Cuando conoce la decisión de su antiguo profesor, Del Molino empieza a escribir sobre su relación con él en unos cuadernos. En más de un momento se juega a la metaliteratura: Del Molino reflexiona sobre la propia escritura de estos cuadernos que no sabe si acabarán siendo un libro. El tiempo narrativo, nos dice, ha de ser el presente, y no una carta dirigida a un muerto, por más que su profesor haya ya fallecido cuando se encuentran ya ordenadas todas las páginas que constituyen la novela. Del Molino quiere mostrar en su libro a un Aramoyana vital, y para ello, además de escribir sobre los encuentros que tiene con él en torno a 2016, cuando ya ha tomado la decisión de suicidarse, empieza a recordar la época en la que le conoció, a mediados de los años 90 en un instituto de un barrio periférico de Zaragoza. Para Del Molino, Antonio Aramoyana es el profesor estimulante que encuentra en un mar de aburrimiento. Pero si bien, como ya he apuntado, el hilo narrativo principal de esta novela es hablar de su profesor, Del Molino también acaba hablando de sí mismo, de aquel que fue en los años 90 y que ha dado forma al adulto que es ahora.

La mirada de los peces no pretende bucear en los motivos que llevan a Aramoyana al suicidio, ni cuestionar la propia idea del suicidio, tampoco pretende hacer la hagiografía de un santo que cree en el laicismo y la educación pública, sino que quiere mostrar al antiguo profesor y presente amigo, sus luces y sombras (siempre partiendo de la base de la admiración y el entendimiento). En este sentido es significativo un párrafo que encontramos en la página 202: «Es lo que siempre admiré de Antonio, que hiciese lo que le daba la gana. Por eso me gustaba más de cerca que de lejos. Por eso le prefería en el aula antes que en la calle, en el café antes que en la tribuna, en la conversación antes que en los libros. Me gustaba donde me podía dar ejemplo y no donde quería darnos ejemplo. Donde se dan los abrazos y no caben los aplausos.»

Además de mostrar las luces y sombras de Aramoyana, Del Molino quiere en La mirada de los peces enfrentarse a las suyas propias, a las correspondientes a un chico de barrio periférico, vestido con camisetas de grupos heavies y melena a juego. En esos recuerdos destaca el análisis que hace de su coqueteo con la estética abertzale, más por afán de provocar que por convencimiento político.

«No tengo creencias, sólo un puñado de ideas vagas que van cambiando de página en página. Mi mente es como mis libros, sin línea cronológica coherente, divagadora, obsesiva y olvidadiza a la vez», leemos en las páginas 186-87 y esto puede explicar algunas de las opiniones que Del Molino lanza con contundencia en sus libros o en su Facebook, donde –como ya he señalado– se dan, en más de una ocasión, confluencias significativas. Me he percatado de que alguna reflexión o anécdota reseñada en La mirada de los peces la conocía ya de su Facebook.
Me sorprende la capacidad de Del Molino para divagar con gracia, para hila recuerdos y metáforas con los que alumbrar hechos del pasado que explican los del presente, mediante ingeniosos juegos interpretativos que le permiten pasar de hablar de Aramoyana a la suciedad de su barrio de Zaragoza, por ejemplo. Es la Del Molino una narrativa de la divagación con encanto, al estilo del articulista profesional (de frase bella y sorprendente) que era Francisco Umbral.

La periferia de Zaragoza (ciudad que no conozco) empieza a ser ya para mí un lugar literario, los descampados de Ángel Gracia en Campo rojo se funden con los de Del Molino, que también caminó por las mismas calles plagadas de nazis que Miguel Serrano Larraz transita en Autopsia (libro que cita Del Molino poco después que sus páginas me llevaran a mí a evocarlo).

Me lo planteé al leer Lo que a nadie le importa y me lo vuelvo a plantear ahora: Del Molino me parece muy bueno haciendo lo que hace; su personaje (él mismo) tiene mucho encanto y su capacidad para hilar anécdotas significativas y con gracia parece no tener fin. ¿Es esto cierto? ¿No tendrá que cambiar Del Molino en algún momento su estilo narrativo y escribir de otra forma por puro agotamiento de la fórmula que practica? Ahora Del Molino se ha convertido en un escritor de éxito, posiblemente el de mayor éxito de su generación, y esto se refleja en el libro. Sin embargo, él trata de quitarse importancia y para ello se refiere a sí mismo con términos como «imbécil» o «monstruo», que restan pompa a su presunta figura de triunfador. ¿Hasta qué punto se puede hablar de familiares, amigos y compañeros de trabajo con total sinceridad en una obra literaria?, ¿el miedo a herir al otro supone una limitación a la propia indagación que el texto pretende hacer sobre la realidad?  «Había un escritor ahí, pero su propia conciencia de la libertad, su propio orgullo de persona independiente, cada vez más frágil y cada vez más necesitada de la amabilidad ajena, le impidieron traspasar ese umbral que todo escritor ha de cruzar para entrar en la literatura, el del pudor.», leemos en la página 100. Y sí, en La mirada de los peces se traspasa el umbral del pudor, pero ¿se hace hasta el final? ¿Se podría ir más allá con una novela que camuflara lo autobiográfico con el escudo de la ficción como hace, por ejemplo, Philip Roth? ¿Es la autoficción también autolimitación? No sé si Del Molino tendrá que cambiar su forma de escribir en el futuro, pero por ahora sí sé que La hora violeta, Lo que a nadie le importa y La mirada de los peces son tres novelas de gran coherencia y valor literario. Tengo que leer pronto La España vacía, y, claro, seguir leyendo a Del Molino en Facebook mientras espero a que escriba su próximo libro.


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