domingo, 15 de junio de 2014

Si nos encontramos de nuevo, por Ana Teresa Pereira

Editorial Baile del Sol. 151 páginas. 1ª edición de 2012.
Traducción de Silvia Capón.

Este libro, Si nos encontramos de nuevo, me llegó a la oficina de correos cercana a mi casa en la misma caja que el de Crisis de Jorge Majfud, comentado hace unas semanas. Si bien este último lo pagué yo –a precio de autor de la editorial–, el de Ana Teresa Pereira (Madeira, Portugal, 1958) fue un regalo de mis editores. De entrada, si sobre el de Crisis dije que tenía, a mi juicio, la mejor portada de un libro de Baile del Sol, sobre este de Pereira no puedo decir lo mismo. Ese corazón formado por un nudo marinero hace pensar en una novela romántica; y ésta es, en realidad, una novela romántica, pero de calado literario y no puramente cursi como parece sugerir la imagen. No sé si este pequeño detalle ha podido quitarle lectores a esta novela, en la que los editores de Baile del Sol tenían puestas unas esperanzas similares a las que consiguieron con Stoner, la gran novela de John Williams con la que mi editorial se apuntó un gran tanto en 2010.

Ana Teresa Pereira es una autora que publicó su primer libro en 1989, y que en 2012, año de la publicación de Si nos encontramos de nuevo, llevaba más de treinta títulos editados. Desconozco su nivel de notoriedad en Portugal, pero desde luego, después de leer su novela, puedo afirmar que es una escritora con mucho oficio a sus espaldas.

Empecé a leer el libro el miércoles 14 de mayo, víspera de fiesta en Madrid, sobre las 11 de la noche, después de haber salido a cenar fuera y tomar unas copas de vino; además de haberme levantado a las 6.26 am, y estar bajo los efectos sedantes de las pastillas contra la alergia al polen. Dejé de leer a las 12 de la noche, sin tener muy claro si al día siguiente iba a continuar con el libro. Los cuatro capítulos que había leído me habían resultado cuanto menos confusos. Cuando al día siguiente tomé de nuevo la novela y traté de continuar por el capítulo cinco me di cuenta de que, si quería enterarme de algo, iba a tener que empezarlo de nuevo. Lo hice. Como sospechaba, la escritura del libro no era confusa, confusa estaba mi cabeza la noche que empecé a leerlo. Si nos encontramos de nuevo requiere, en cualquier caso, de un lector atento, porque en cada capítulo (sobre todo al comienzo) se da información parcial sobre los personajes que será revelada en más detalle páginas más adelante, y será labor del lector el rastrear esos detalles sutiles del texto.

Byrne tiene cincuenta y dos años y, tras una larga temporada de vagar por el mundo, ha regresado a Inglaterra para ser profesor universitario en Oxford. Labor que acaba de abandonar en el tiempo de la novela para dedicarse durante un año a escribir un ensayo sobre la escritora Iris Murdoch. Su amigo Ed le ha buscado una casa en Londres para que viva durante su año sabático. Así, alquila el ático de una casa en la céntrica New Row. Lee a Iris Murdoch, pasea cerca del río, acude a los museos o las librerías y por las noches se emborracha en los pubs con sus viejos amigos. Podrá disfrutar de la casa alquilada en soledad hasta que regrese a ella la atormentada Ashley, una pintora de treinta y cinco años, que arrastra tras de sí una historia exageradamente trágica de soledad. Casi todo el mundo importante en su vida parece haber muerto.
Byrne se ha enamorado de Ashley antes de conocerla por lo que ella ha dejado de sí misma en la casa: sus libros, las reproducciones de cuadros famosos colgados en las paredes, sus películas...: “Tal vez sea posible amar a una mujer por un libro, un poema subrayado, una película en blanco y negro, una casa, la mirada de un hombre cuando habla de ella, la forma en que su perro la espera”. Con esta frase comienza la novela.

La estructura está muy trabajada: escrita en tercera persona, el narrador nos acercará a la visión del mundo de sus dos personajes principales –Byrne y Ashley– en capítulos alternos (doce capítulos para Byrne, doce para Ashley), de un mismo número de páginas (no exactamente, pero casi del mismo número de palabras), que en la edición de Baile del Sol siempre es de cinco. La tercera persona, en estilo indirecto libre, en más de una ocasión cede la voz narrativa a los dos personajes.
Ya he comentado que el lector tiene que estar atento a la información que suministra el narrador para reconstruir el pasado de los personajes; y, según avanza la novela, la estructura dibujada desde el principio empieza a cobrar un papel más relevante: cuando los personajes comparten la casa de New Row el lector puede acercarse a la descripción de la misma escena desde el punto de vista primero de Byrne (capítulos impares) y luego de Ashley (capítulos pares).

En Si nos encontramos de nuevo el arte es omnipresente: tanto Byrne como Ashley parecen vivir dentro de las páginas de un libro, los fotogramas de una película o llegan, incluso, a viajar a una ciudad extranjera porque echan de menos estar frente al cuadro de un museo que visitaron en el pasado. Así, por ejemplo, Byrne “había estado en Rusia siguiendo el rastro de Rilke” (pág. 21); o bien Ashley: “Estaba en Londres, se dio cuenta de repente, había vuelto, un impulso muy fuerte había crecido en ella los últimos días y había tenido que volver. No sabía para qué, tenía algo que ver con los cuadros de la National Gallery, con las librerías” (pág. 16).
De hecho, su relación con el arte define a los personajes, así como la relación que se establece entre ellos. Su primer encuentro se describe de la siguiente forma: “No hablaron de nada íntimo, de nada personal, hablaron de la nieve, de la marca de la champaña, del árbol de navidad en Trafalgar Square, de los cuadros de Turner de la National Gallery, de los cuadros de Turner de la Tate, de la sala etrusca del British Museum, de un libro de Richard Crompton que ella había comprado por la mañana en la Marhpane, de una película de George Cukor con Ingrid Bergman y Charles Boyer” (pág. 48).

Además del amor al arte (sobre todo a la literatura y a la pintura) que se desprende de sus páginas, me ha gustado reencontrarme en esta novela con las calles de Londres.
Quizás el lector percibe la dramática historia de amor de Si nos encontramos de nuevo casi siempre a través de un espeso velo de referencias artísticas, y me habría gustado que las vivencias cotidianas de los personajes se hubieran desarrollado más (es decir, una novela más larga). Pero ese es el tono crepuscular y poético elegido por la veterana escritora Ana Teresa Pereira para hablarnos de Byrne y Ashley, sus amantes heridos de arte, y está conseguido. Es posible, me aventuro, que esta novela esté concebida como un homenaje a la escritora inglesa Iris Murdoch, a la que yo no he leído (y ciertamente, esta novela ha hecho que me apetezca acercarme a su obra), y cuya presencia referencial en la novela la convierte casi en un personaje más del drama.


He investigado un poco en internet y he observado que se ha hablado poco en España de Si nos encontramos de nuevo, una novela que se merecía –sin duda– haberse encontrado con un número mayor de lectores, que bien podrían haber disfrutado de ella.

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