sábado, 13 de marzo de 2010

El discurso vacío, por Mario Levrero


Editorial Caballo de Troya. 169 páginas. Edición de 2007, primera edición 1996.

Este libro está escrito unas dos décadas después de las novelas que componían La trilogía involuntaria. El editor de Caballo de Troya, Constantino Bertolo, afirmaba en el prólogo de París que El discurso vacío junto con La novela luminosa son lo mejor de la producción de Levrero, que por lo que he leído hasta ahora pasa por, al menos, tres etapas: la kafkiana, surrealista y fantástica de La trilogía involuntaria; la de corte rápido basada en la novela negra norteamericana de Dejen todo en mis manos; y la confesional en forma casi de diario que estaría formada por El discurso vacío y La novela luminosa.

En El discurso vacío un narrador, mucho más identificado esta vez con la figura del autor que en otras obras, nos informa que ha decidido llevar a cabo ejercicios caligráficos con la intención de cambiar su letra. Su pretensión real es modificar su carácter y su personalidad: si su letra actual, analizada caligráficamente, refleja su ansiedad y angustia, ha pensado en invertir el proceso lógico, cambiará su letra para conseguir que aflore en él una nueva personalidad.

El narrador comienza a escribir a mano. Se percata de que ante un papel en blanco sus ansias de crear un texto literario le hacen no prestar atención a la letra, así que para que su experimento terapéutico tenga éxito debe intentar no hablar de nada trascendente, recrearse en las explicaciones sobre el trazo de la letra o banalidades, es decir crear un discurso vacío. Evidentemente no va a poder ceñirse a este propósito y los pensamientos que escribe en sus ejercicios caligráficos constituyen la novela; un texto casi confesional, que se va estructurando en torno a fechas, igual que en un diario.

El narrador (Levrero) nos habla de su día a día, de sus intentos caligráficos, de sus juegos con la computadora, que le hace pensar que ha llegado a sustituir a su Inconsciente como campo de investigación (página 32), también afirma: “En mi inconsciente llegué a investigar tan lejos como pude, y el subproducto de esta investigación es la literatura que he escrito”, dándonos las claves de La trilogía involuntaria.
En la página 37 el narrador afirma que su esfuerzo grafológico está enfocado a convertirle en el artífice de su destino, una idea preponderante en el desarrollo de su narrativa.

Página 39: “Quiero escribir y publicar. Tengo necesidad de ver mi nombre, mi verdadero nombre y no el que me pusieron, en letras de molde. Y más que eso, mucho más que eso, quiero entrar en contacto conmigo mismo, con el maravilloso ser que me habita y que es capaz, entre muchos otros prodigios, de fabular historias o historietas interesantes. Ese es el punto. Esa es la clave. Recuperar el contacto con el ser íntimo, con el ser que participa de algún modo secreto de la chispa divina que recorre infatigablemente el Universo y lo anima, lo sostiene, le presta realidad bajo su aspecto de cáscara vacía”.

El discurso suele verse interrumpido por las relaciones con sus familiares: su mujer, Alicia, y el hijo de ésta, Juan Ignacio. Bastantes reflexiones sobre las interrupciones se hacen en el libro. El narrador intenta desentrañar sus relaciones familiares y la conclusión parece algo desalentadora: no quiere vivir sólo, pero sí rodeado de gente que respete su soledad. Quizás un enunciado de la distancia del escritor frente a los demás, de su aislamiento y también de su necesidad de los otros.
Las reflexiones sobre la familia se desvían al analizar las relaciones que se establecen entre los otros habitantes de la casa: un perro y un gato. En la descripción de sus hábitos y comportamientos el narrador irá encontrando claves sobre su propio comportamiento y situación dentro del núcleo familiar.

La angustia vital kafkiana también está aquí: las interrupciones, la carencia de espacio propio, el ruido amenazador, la inestabilidad económica, la esencia del artista: “Tengo ganas de escribir algo literario, no rentable”, se afirma en la página 71. “Aprendí a separarme del cuerpo y vivir en la mente”, página 75.

Como ocurría en los otros cuatro libros leídos de Levrero hasta ahora, el mundo de los sueños empieza a cobrar importancia, sobre todo en forma de sueños eróticos.

Tal vez nos encontramos ante la clave última del texto en la página 121, cuando el narrador nos dice: “Cree la gente, de modo casi unánime, que lo que a mí me interesa es escribir. Lo que me interesa es recordar, en el antiguo sentido de la palabra (=despertar)”.

El libro me ha resultado interesante, y me hace sentir deseos de acercarme a La novela luminosa, que me parece que ha de ser un libro parecido a El discurso vacío, pero a mayor escala en su análisis del paso del tiempo y de mayor ambición.
Creo que el interés del libro es mayor una vez leídos otros libros de Levrero, y El discuros vacío debe ser tomado en este caso como unos apuntes sobre las claves del autor, sobre la intimidad cotidiana de alguien que veinte años atrás tuvo la fuerza necesaria para escribir un libro como El lugar.

5 comentarios:

  1. El Discurso Vacío -je je-, muy bueno, y ahora

    (lánzate, sin duda)

    el póstumo,
    grande, luminoso, vampírico, Diario De La Beca. Prefiero este título (o bueno, no apruebo el otro). Y además, apenas ocupa unas pocas páginas La Novela Luminosa. El Diario De La Beca, propiamente, abarca casi la totalidad, mira lo que te digo, no sólo de las páginas del libro de Levrero, sino de alguno que por descuido (o negligencia) dejes su lado. Para su solaz (o el nuestro), hablaremos mucho de Levrero en el futuro. Venimos condenados desde el principio a encon trar nuestra caligrafía, así que nada de esto puede ser tan raro. Yo -en definitiva- me lanzaba, David, que al final el orden y el esfuerzo te están abriendo al autor uruguayo que da miedo, voy a ver si leo un rato (saqué q Szymborska, gracias por el consejo), que llevo todo el día con gente y arriba y abajo y ya no me encuentro ni la mitad de guapo que ayer npche cuando estab muy solo y leía en el cuarto de baño, la ventana abierta, el fresquito de la noche, etc., unabrazocaluroso.

    p.d: te meto aquí un fragmentos de Opio de Cocteau que van al pelo, espero que no quede largo, con el tema..

    EL QUE PAGA SUS DEUDAS. En esta época ingrata me gustaría escribir un libro de agradecimientos. Además de otros favores, Gide me hizo el de corregirme la letra. Yo, por estupidez de juventud extrema, me había hecho una caligrafía: Aquella falsa escritura, reveladora para un grafólogo, me falseaba hasta el alma. Cerraba con un pequeño bucle el gran bucle de mis jotas mayúsculas. Un día, al salir de mi casa, Gide, en la puerta, me dijo sobreponiéndose a su malestar: «Le aconsejo que simplifique sus jotas.»

    Empecé a comprender cuán lamentable es la gloria que se basa en la juventud y en el brío. La amputación de aquel bucle me salvó. Me apliqué a recuperar mi verdadera caligrafía y, con la ayuda de la caligrafía, recuperé la naturalidad que había perdido.

    Desconfiad de vuestra caligrafía, cerrad las letras, ligadlas entre sí, no hagáis una te que se pueda confundir con una de.

    El colmo de la falta de elegancia: tener una forma ilegible.

    Un día que escribía una dirección en casa de Picasso, me miró y me dijo con una sonrisa especial: «iAh: ¿Tú también?» Yo estaba ligando, después de trazarlas, las letras del nombre que acababa de escribir. Picasso lo sabe todo. Naturalmente, esto también lo sabía.

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  2. Hola:
    Me ha gustado la cita de Cocteau, veía muy al pelo.

    Hoy mismo estuve en la biblioteca y hojeé La novela luminosa. Sé que lo acabaré leyendo, no sé si dentro de semanas o meses.
    Ayer empecé Las nubes del argentino Juan José Saer, que me parece otro de los grandes últimos escritores hispanoamericanos. Ya lo comentaré.
    saludos

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  3. Hola, qué tal. Saer, no dejo de pensar lo tonto que fui por no haber llegado antes, a su poesía madura y narrativa, quiero decir, que toda aquella poesía me dio mucha fuerza. Yo ahora tengo que apartar un tiempo mi lectura de ensayos, apártate de mí Montaigne, algo de esto. Porque me siento que pierdo el interés y me crecen (en fin, cultura popular) los enanos, y no levrerianos (o a lo mejor sí) precisamente. Bueno, pues es así, pierdo, quizá nunca lo tuve, el interés por fabricar la más mínima ficción, aunque puede que me equivoque y sea todo lo contrario. Y sí, lo de Levrero, me retracto, yo creo que mejor léetelo ya... bueh.. léetelo, leñe, como si fueras un fan de Perdidos y te dijeras: otra temporada antes de irme a dormir tampoco puede hacerme mucho daño... Je je (yo estoy revisionando Los Sopranos, novelón). Un abrazo. Me marcho a Córdoba unos días, porque le ha salido un trabajo a mi chica y hay que aprovechar (un trabajo fijo, por fin, año y medio de freelance ha sido -dice- bastante), hablamos...

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  4. No te voy a engañar, empecé a leer pero pronto me cansé. Me gusta la foto de tu blog, la que se funde con tu nombre, también me da vértigo, las alturas no son lo mío.

    Besos.

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  5. recuerde el alma dormida,avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan...

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